El conflicto como patología social

Las teorías modernas en torno al conflicto, permitieron considerarlo como un fenómeno que permite cambiar con el otro en un proceso conversacional. Sin embargo, cuando no existe voluntad de convencer y ser convencido, se cae en la deslegitimación y el conflicto se vuelve patológico.

De patología social a fenómeno de cambio

Si bien ya en la Antigua Grecia se encuentran referencias al fenómeno conflicto, lo cierto es que recién después de la Segunda Guerra Mundial los círculos académicos se ocuparon, de manera más o menos sistemática, de investigar el origen o causas de los conflictos y su significación para la salud de las sociedades.

Las diversas teorías que se desarrollaron durante las dos primeras décadas de la posguerra tardaron más de veinte años para abandonar la idea de concebir al conflicto como una disfunción o patología social para considerarlo un fenómeno social que permite análisis y regulaciones destinados a controlarlo y resolverlo, siguiendo la descripción que en nuestro país realizara el autor de la versión vernácula de la teoría de conflictos, el profesor Remo Fernando Entelman.

El progreso que significó abandonar la idea de patología social para enfocarlo como una especie de relación social caracterizada por la incompatibilidad de metas u objetivos por parte de sus actores, permitió visualizarlo como un motor que abre la oportunidad vital del cambio a partir de procesos conversacionales cuya finalidad es cambiar con el otro, respondiendo a los componentes léxicos del término conversar (el prefijo «con» y «versare»; del latín conversari: vivir, dar vueltas, en compañía).

Mecanismos de deslegitimación en conflictos patológicos

Esta oportunidad de producir un cambio con, es, desde la teoría de la comunicación humana, un proceso cuyo sentido es influir en la mente del otro. Pero, para que ello permita procesos constructivos, la condición es que los interlocutores concurran a ellos tanto con la voluntad de convencer con sus argumentos como de dejarse convencer con los argumentos de su interlocutor. Si esa condición no se cumple, se impone el principio de la contradicción y el proceso se transforma en un diálogo de sordos que se rige por la lógica lineal de acción–reacción con actos de habla caracterizados por el “yo tengo razón – el otro no la tiene”.

Cuando a ese diálogo de sordos se suma la práctica, por parte de los actores sociales, de reclamarle al otro la voluntad descripta que el reclamante no está dispuesto a tener, se producen narrativas perversas cuya trama provoca la impotencia narrativa del otro y lo coloca en un rol deslegitimizado que lo obliga, a su vez, a deslegitimizar como única respuesta posible. Se engendra así un círculo vicioso cuya consecuencia es que el discurso político se empobrece y sus actores también, porque todos quedan deslegitimizados a la vista de la sociedad. La posibilidad de connotar positivamente al conflicto queda obturada, éste anulado como oportunidad para el cambio y devuelto a la superada concepción de patología social.

El conflicto patológico en la política

La sociedad argentina asiste todos los días al vértigo de la instalación de un conflicto tras otro como táctica cuya estrategia es tapar al anterior o desplazar de los titulares a hechos gravísimos e inéditos, como los derivados de fenómenos climatológicos, de seguridad, de corrupción. Mientras la ausencia de debate institucional de sus cuestiones principales hace tiempo está ausente, ve como los intercambios entre los referentes de los bandos políticos se desarrolla sobre la descalificación del otro, la intolerancia frente a sus opiniones y hasta la procacidad y el insulto. Las noticias aparecen a menudo en algunos medios con el sesgo que responde a los intereses corporativos de los sectores a los que pertenecen.

No resulta extraño, entonces, que se haya hecho habitual escuchar que se rompen relaciones familiares y de amistad porque se ha instalado en esos contextos un modelo que privilegia la exclusión de la opinión del otro por sobre la escucha tolerante de la diversidad.

Gestión de conflictos para la salud social

Desde aquellos ámbitos académicos, cuya principal ocupación es el estudio y la investigación del fenómeno conflicto y de sus metodologías de prevención y manejo, es menester advertir a la sociedad que las teorías que concebían al conflicto como una patología social atribuían su disfuncionalidad tanto a errores de percepción y de comunicación como a instintos de agresión y de coerción en las estructuras sociales.

Y a los dirigentes políticos en su conjunto como a los formadores de opinión, recordarles y reclamarles su responsabilidad como actores principales de procesos constructivos, porque lo que está en juego es, ni más ni menos, que la salud del tejido social.

Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Marcelo Gobbi

    Rubén, interesantísimo. Gracias. La fábrica de abogados (facultades) propician el abordaje del conflicto en modo «deportivo», que como tal necesita de cancha, uniforme y escenografía. ¿Por qué? Acabo de proponer al abogado de un banco que cree que tiene razón en un conflicto que tiene conmigo (no con un cliente mío, conmigo en tanto su cliente) que me demuestre que hizo las cosas bien esta tarde por teléfono en media hora y gratis. Le dije que si me da una razón no voy a necesitar que lo validen dos peritos y un juez y que no estoy dispuesto a perder dinero en costas con litigios frívolos. Le sugerí que ponga un informático del banco que me explique lo que de lo contrario explicará un perito a cambio del 5% del valor del pleito. Dijo que «trasladará el ofrecimiento a su cliente» (¿trasladar la idea de hablar del problema?).

  2. Rubén Calcaterra

    Si, Marcelo. Lamentablemente, pareciera que, en algunos casos, se formaron con esquemas que repiten respuestas frente a determinados estímulos (como los bichitos esos que se enroscan cuando uno los toca en la panza). «Doy traslado», «acuso recibo». No nos olvidemos que seguimos utilizando el modelo retórico de Aristóteles para confeccionar los escritos judiciales.

  3. Manuel Carral

    En una sociedad polarizada la diversidad se enfrenta en lugar de crear sinergias. Mientras la discusión y debate sea para tener la razón en lugar de comprender las razones, repetiremos comportamientos descalificadores para evitar cualquier concesión, la lógica polar interpreta que comprender al otro es ceder y que ceder es perder, necesitamos modificar la «forma» de nuestros debates, sumar una lógica integral, en el que la complementariedad vuelva a ser posible.

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